MITOLOGIA / LA LITERATURA SIGNIFICATIVA

Por: Jorge Luis Cuétara

Licenciado en Ciencias de la Comunicación y Master en Humanidades ( México)
“Había un mito antes de que el mito comenzara...
de éste surge el poema...”

Wallace Stevens.
Notes Toward A Supreme Fiction.

Fue C.G. Jung el primero que en mí despertó la inquietud por los mitos del hombre. De un texto suyo, Acercamiento al inconsciente, tomo la tesis central de este ensayo: “El hombre, positivamente, necesita ideas y convicciones generales que le den sentido a su vida y le permitan encontrar un lugar en el universo. Puede soportar las más increíbles penalidades cuando está convencido de que sirve para algo; se siente aniquilado cuando, en el colmo de todas sus desgracias, tiene que admitir que está tomando parte en un "cuento contado por un idiota"”. Este remate alegórico alude a la crisis del hombre contemporáneo, cuya conciencia avanzada ha olvidado el contacto con la esencia de las cosas y, a diferencia de las culturas arcaicas, lo ha llevado a perder "progresivamente" su identidad participativa en el cosmos. Al respecto, en una serie de conferencias sobre el mito y su significado, transmitidas por la CBC en diciembre de 1977, Claude Lévi-Strauss dictaba: “No estoy seguro de que, debido al tipo de mundo en que vivimos y al tipo de pensamiento científico a que estamos sujetos, podamos reconquistar tales cosas como si nunca las hubiésemos perdido; pero podemos intentar tomar conciencia de su existencia e importancia”. Es eso, sin fatalismos, lo que este escrito persigue al analizar la visión que han tenido diversos autores acerca del hombre y su relación con el mundo a través de los mitos y las distintas maneras en que se re/presentan.


1. Origen y evolución histórica del pensamiento mítico.

Más que dioses permanentes o espíritus inmateriales, las primicias del pensamiento mítico son como los elementos de un sueño: objetos dotados de sentido demoníaco, lugares encantados, formas accidentales de la naturaleza con semejanzas ominosas, etc. Y es que los mitos se remontan a los primitivos narradores y sus sueños, a hombres movidos por la excitación de sus fantasías que aprendieron a expresar sus esperanzas y sus miedos en imágenes, a organizar en símbolos sus instintos más hondamente arraigados para comprender lo que les circundaba, su naturaleza y la sociedad en que vivían. De este modo, el mito relataba las hazañas de los "sobrenaturales", que en el tiempo prestigioso de los "comienzos" habían intervenido para que una isla, especie vegetal, comportamiento humano, institución, o el cosmos mismo, comenzara a "ser".

En la conmemoración ritual del mito el tiempo se paraba para retornar a los comienzos, adoptar modelos conductuales de los sobrenaturales y encontrar la significación de la existencia, con lo que alcanzaba el hombre la conciencia de la universalidad y la identificación fundamental con la vida; lo que Nietzsche denomina “"la doctrina mistérica de la tragedia": el conocimiento básico de la unidad de todo lo existente”.

En El Nacimiento de la Tragedia, Nietzsche cuenta que ésta se origina con el coro, un coro sublime de transformados que bailan y cantan olvidados de su posición social para convertirse en servidores intemporales de su dios; y que es hasta más tarde, cuando se hace el ensayo de mostrar como real al dios, que la tragedia se transforma en drama y ya no es sólo coro, pues a éste se le encarga la tarea de hacer creer a los oyentes, mediante la excitación anímica, que el héroe de la escena no es un hombre enmascarado, sino el resultado de una visión extática. Así, Esquilo y Sófocles incorporaron a la lírica del coro el mundo de la escena, el lenguaje, el color y el dinamismo de la palabra con los medios artísticos más ingeniosos, pero -dice Nietzsche- “es destino de todo mito irse deslizando a rastras poco a poco en la estrechez de una presunta realidad histórica”, y dos espectadores, que no comprendían la tragedia y por lo tanto no la estimaban, se aliaron e iniciaron una enorme lucha contra las obras de Esquilo y de Sófocles. Uno era Sócrates, que encontraba en la tragedia algo completamente irracional con causas que parecían no tener efectos y con efectos que parecían no tener causas, algo repugnable para una mente sensata y que representaba una mecha peligrosa para las almas sensibles; le parecía que el arte trágico ni siquiera decía la verdad y se dirigía a quien no poseía mucho entendimiento, es decir, no al filósofo, para quien la virtud era el saber, se pecaba sólo por ignorancia y el virtuoso era el feliz. El otro era Eurípides, quien según Las Ranas, de Aristófanes, en su certamen con Esquilo se jactaba de que, gracias a él, el pueblo había aprendido a filosofar, a observar, actuar y sacar conclusiones; y es que él, basándose en la estética socrática, que rezaba: "todo tiene que ser inteligible para ser bello", examinó todo lo relativo a la tragedia y, de acuerdo a ese principio, lo rectificó: el lenguaje, los caracteres, la estructura dramatúrgica y la música coral. El pensamiento filosófico creció, se sobrepuso al arte y lo obligó a aferrarse a la dialéctica que, con sus silogismos, arrojó a la música de la tragedia, el sitio en el que había alcanzado su suprema manifestación, puesto que interpretaba al mito en un nuevo significado y lo llevaba hasta sus formas más logradas de expresión. Ahora en cambio, la tragedia comenzaba con un prólogo, con un personaje que se presentaba, contaba quién era, lo que antecedía a la acción y lo que ocurriría durante la función, renunciando imperdonable y petulantemente a los efectos de tensión y asesinando al mito y a la música que daban vida a la tragedia.

Con Sócrates llegó, por vez primera al mundo, una profunda representación ilusoria que creyó que siguiendo los hilos de la causalidad era posible llegar hasta los abismos más profundos del ser; y que el pensar era capaz no sólo de conocer sino de corregir el ser. Se proclamaba precursor de una cultura nueva, un arte y una moral que expulsaron a la poesía de su natural suelo ideal y cuyo influjo se extendió por la posteridad. Uno de sus continuadores, G.W. Friedrich Hegel, cuya lógica y filosofía parecían un triunfo de lo racional en el siglo XIX, tuvo un destino trágico: desencadenó el potencial más irracional que hubo aparecido jamás en la historia del hombre, pues su doctrina contribuyó, como ninguna otra, en la preparación del fascismo y el imperialismo que desató la Segunda Guerra Mundial, el acontecimiento que originó -según muchos estudiosos- el desencanto que sufre el espíritu humano de nuestro tiempo.

Hoy, el castillo de cristal de roca de la dialéctica se nos revela como un laberinto de espejos y “algo marcha terriblemente mal en nuestros días” -afirma nuestro contemporáneo Alvin Toffler-: Adolescentes, matrimonios desgraciados, padres o madres que viven solos, trabajadores corrientes y personas de edad avanzada se quejan del aislamiento social. Muy pocas son las personas que sienten que pertenecen a algo mayor que ellas mismas. Las instituciones de las que depende la comunidad se están desmoronando y el dolor de estar solo, que por supuesto no es nuevo, se encuentra tan extendido que se ha convertido en una experiencia compartida. La disgregación de la sociedad está disolviendo la estructura de muchas vidas individuales y es eso, y no simplemente un fracaso personal, lo que explica por qué millones de personas experimentan actualmente la vida como algo carente de todo significado. El edificio de las "ideas claras y precisas", que condenó a la ilegalidad a la mística y la poesía, también desterró al hombre del flujo del cosmos... “desde este ángulo, la historia de Occidente puede verse como la historia de un error, un extravío, en el doble sentido de la palabra: nos hemos alejado de nosotros mismos al perdernos en el mundo. Hay que empezar de nuevo” -es la propuesta de Paz.

2. Al reencuentro del mito.

El eminente mitólogo Joseph Campbell explica que en las mitologías de todas las culturas destacan figuras que bajo el ropaje de imágenes locales desarrollan una búsqueda esencialmente idéntica en donde el héroe, turbado por la situación en que vive, es empujado por la tentación o las circunstancias a abandonar la familia y lo familiar, a iniciar una aventura en lo desconocido. Pensemos en Gilgamesh, Sinué el Egipcio o el Hijo Pródigo y atendamos la descripción que hace Campbell, en boca de Daniel C. Noel, del viaje de este héroe arquetípico que “cuando marcha ha de afrontar guardianes del umbral, y su viaje puede hacerle "morir" para alcanzar la separación, desarrollándose la aventura en el submundo o en un ámbito sobrenatural de terrores y maravillas, dioses y demonios. Su iniciación requiere que los afronte como pruebas, ayudado en su lucha por un sabio mentor o por espíritus animales. En el punto más bajo de su ordalía en el submundo, el Héroe debe afrontar su desafío supremo: matar al dragón o robar algún bien, rescatar a la princesa o encontrar el tesoro. Sus recompensas por el éxito son enormes: la consumación de un matrimonio sagrado, la reconciliación con el padre, o el convertirse él mismo en dios... Pero en su búsqueda hay una tercera etapa decisiva, más allá de la partida y la iniciación. El Héroe debe sacrificar los beneficios sobrenaturales de su triunfo personal y volver con su elíxir al mundo de los simples mortales. Este retorno es la verdadera justificación y finalidad de todo el viaje: tanto la sociedad como el Héroe necesitan renovación espiritual y él debe devolver el beneficio a sus semejantes, ya sea la familia, la aldea, la nación o, en el caso de Jesús, Mahoma o Gautama Buda, el mundo”.

Para el psicólogo Newmann, un distinguido seguidor de Jung, “la cultura occidental está a la vez "repleta de" mitos del Héroe y "constituye" ella misma un descomunal mito del Héroe en la evolución de su conciencia desde el animismo primitivo, a través del racionalismo escéptico, hacia una relación armoniosamente equilibrada entre ciencia y espiritualidad”. “Lo que no consiguió la Crítica de la Razón Pura, de Kant, lo está logrando la física moderna” -escribió el mismo Jung en el prólogo al I Ching traducido por Wilhelm. Y es que en la actualidad, científicos "rebeldes" como Ilia Prigogine, desde la química (recibió el premio Nobel), Rupert Sheldrake, biología, o Karl Pribram, neurofisiología, han dado continuidad a los trabajos de investigación de David Bohm (el físico que pensaba que el sentido de la investigación científica consistía en que era un acto de percepción, un proceso continuo de conciencia y naturaleza; que hablaba del orden implícito y que señalaba que tomar en serio la totalidad indivisa significaba “realizar un viaje increíble, abandonando todo lo cómodo y familiar”) para demostrar que es posible concebir un universo en el que cada parte y partícula de nuestras vidas puede estar imbuida de totalidad. Mas aunque sea ésta la consideración más reciente de la ciencia occidental, su explicación es muy compleja todavía y no llega aún a convertirse en "mito", entendido, por supuesto, no como falsedad, sino como la serie de imágenes según las cuales podemos entender la vida; que deben ser -como muy bien ha dicho Cassirer- la simplicidad misma, “la "sancta simplicitas" del género humano”. Más comprensible para el grueso de la gente me parece la figura con que James E. Lovelock, científico investigador de la N.A.S.A., presenta su hipótesis Gaia -que hasta toma su nombre de Hesiodo, para quien ante todo fue el Caos, luego Gaia, la Madre Tierra, la del ancho seno, eterno e inquebrantable sostén de las cosas-, cuyo postulado afirma: “la materia viviente de la Tierra y su aire, océanos y superficie forman un sistema complejo al que puede considerarse como un organismo individual capaz de mantener las condiciones que hacen posible la vida en nuestro planeta”. Esta visión "orgánica" del mundo, avalada por la ciencia, puede representar el nuevo mito de occidente (¿"new age"?): la reconciliación entre la ciencia y el espíritu, la añorada sensación de pertenencia, "mystici corporis", "spiritus mundi", que trasciende a la cultura occidental hallando eco -o tal vez siéndolo, ya qué más dá- en todas las culturas, allende el tiempo y el espacio. Veintiséis siglos hace que al otro lado del mundo Lao-Tsé escribió:

Hay algo sin forma aunque completo,
que existe antes que el cielo y la tierra.
¡Qué apacible! ¡Qué vacío!
No depende de nada, no cambia,
lo impregna todo, es infalible.
Uno puede considerarlo como la madre de todas
las cosas que existen bajo el cielo.
No conozco su nombre;
pero le llamo “Significado”
Si tuviera que darle un nombre,
lo llamaría “El Grande”.

La globalidad del mundo está también presente en los antiguos mitos de occidente. Este es Philo (25 a.C.-42 d.C.):

“Dios estaba decidido a unir en íntima y amorosa
confraternidad el principio y el fin de las cosas
creadas e hizo del cielo el principio y del hombre
el final: a uno, el más perfecto e imperecedero de
los objetos sensibles; al otro, lo más noble de las
cosas terrestres y perecederas, siendo además un
cielo en miniatura. Lleva dentro de sí, como
imágenes sagradas, dotes de la naturaleza que
corresponden a las constelaciones... Puesto que lo
corruptible y lo incorruptible son contrarios por
naturaleza, Dios asignó el más bello de cada
especie al principio y al final, el cielo (como ya he
dicho) al principio y el hombre al final”.

Jesús mismo habla del hombre como partícipe de lo divino:

“Los judíos trajeron otra vez piedras para apedrearle. Jesús les dijo: "Muchas obras buenas que vienen del Padre os he mostrado. ¿Por cuál de esas obras queréis apedrearme?" Le respondieron los judíos: "No queremos apedrearte por ninguna obra buena, sino por una blasfemia y porque tú, siendo hombre, te haces a ti mismo Dios." Jesús les respondió: "¿No está escrito en vuestra Ley: Yo he dicho: dioses sois? Si llama dioses a aquellos a quienes se dirigió la Palabra de Dios -y no puede fallar la Escritura- a aquel a quien el Padre ha santificado y enviado al mundo, ¿cómo le decís que blasfema por haber dicho: `Yo soy Hijo de Dios´? Si no hago las cosas de mi Padre, no me creáis; pero si las hago, aunque a mí no me creáis, creed por las obras, y así sabréis y conoceréis que el Padre está en mí y yo en el Padre." Querían de nuevo prenderle, pero se les escapó de las manos”.


3. La significación de los mitos.

Borges afirma que, “como los hechos referidos por la Escritura son verdaderos (Dios es la Verdad, la Verdad no puede mentir, etcétera), debemos admitir que los hombres, al ejecutarlos, representaron ciegamente un drama secreto, determinado y premeditado por Dios. De ahí a pensar que la historia del universo -y en ella nuestras vidas y el más tenue detalle de nuestras vidas- tiene un valor inconjeturable, simbólico”, que muchos han recorrido. Porque también la moderna hermeneútica se remonta al pasado lejano, a la tradición exegética de los cabalistas, que buscaba aclarar sus interrogantes interpretando el lenguaje sagrado. En Borges y la Cábala / La búsqueda del Verbo, Saúl Sosnowski expone que “el proceder de la Cábala consiste en pasar por una serie de aproximaciones para poder llegar a diferentes etapas de profundidad. El primer paso es la traducción literal de las palabras; el paso siguiente es captar la idea clave apenas aludida en el relato; un paso adicional es tomar las palabras como guías imaginativas para obtener, por asociación con otras, diferentes propuestas o sentidos nuevos; como paso final, se intenta descubrir de un modo más definido, aunque no definitivo, el probable mensaje oculto (secreto) que yace debajo de dichas palabras”. De esta manera, “hasta los sonidos irracionales del globo deben ser otras tantas álgebras y lenguajes que de algún modo tienen sus llaves correspondientes, su severa gramática y su sintaxis, y así las mínimas cosas del universo pueden ser espejos de las mayores” -escribe el poeta De Quincey. Y Paz, en La Llama Doble, afirma que el testimonio poético nos revela otro mundo dentro de este mundo: “aquello que nos muestra el poema no lo vemos con nuestros ojos de carne sino con los del espíritu” -dice textualmente.

Para Borges, escribir un poema es ensayar una magia menor, cuyo instrumento, el lenguaje, se ramifica en idiomas con cambiantes vocabularios e indefinidas posibilidades sintácticas. Chomsky y su escuela lingüística han analizado en profundidad la diversidad de las lenguas humanas y han encontrado una forma común a todas ellas, que debe considerarse -aseguran- "innata" y característica de la especie. Este curioso descubrimiento coincide con la "totalidad" de la nueva visión de la ciencia y con el concepto jungiano del "inconsciente colectivo", una función que corresponde más a la biología que a la biografía -dice Campbell-: “sus contenidos son los instintos, no los accidentes de la conciencia personal sino los procesos de la naturaleza investida en la anatomía del "homo sapiens" y, por tanto, comunes a la raza humana”. Paul Klee, que puede considerarse el poeta de los pintores, afirma: "Es misión del artista penetrar cuanto sea posible en ese terreno donde la ley primordial alimenta el desarrollo... Nuestro latiente corazón nos lleva hacia abajo, muy abajo del terreno primordial". Y es que el arte, como el sueño, incursa en los territorios arcaicos de la raza humana y ofrece las mismas características de "totalidad" que la ciencia. "El arte que está viniendo -dijo hace tiempo Franz Marc- dará expresión formal a nuestra convicción científica". Hoy es un hecho: Sábato dictamina que "está siendo" el instrumento para rescatar la integridad perdida, aquella de que inseparablemente forman parte la realidad y la fantasía, la ciencia y la magia, la poesía y el pensamiento puro.

"Homo intelligendo fit omnia" -escribe Vico en su Ciencia nueva-: "el hombre se transforma en todas las cosas al entenderlas; cuando el hombre entiende, su mente se amplía y caben en ella las cosas". Cuando el artista entiende se amplía él mismo hasta llegar a regiones nuevas e inexploradas; ve más, se concentra en sí mismo y la belleza resulta una revelación”. "Se muestra una realidad" -dice Sábato-, “pero no una realidad cualquiera sino una elegida y estilizada por el artista, y elegida y estilizada según su visión del mundo, de modo que su obra es de alguna manera un mensaje, "significa algo", es una forma que el artista tiene de comunicarnos una verdad sobre el cielo y el infierno, la verdad que él advierte y sufre”. Por convertirse él mismo en "todas las cosas", el artista logra una comunicación "con sus semejantes" -puntualiza el maestro C. Chávez. Y hay demasiados ejemplos; habla la feminista Annis Pratt: “Estoy convencida de que para todas nosotras la literatura puede servir como catalizadora de opciones vitales. Las novelistas y poetisas nos han precavido con relatos de horrores patriarcales y nos han estimulado con historias de heroínas cuyas búsquedas podemos querer emular. Nos han aportado momentos de epifanía, de visión en que podemos sentir, ascendiendo desde nuestras profundidades, una feminidad que trasciende las polaridades de género”. Paz insiste: el poema debe obligar al lector a escucharse, “el verdadero poeta habla con los otros al hablar consigo mismo”, ya que siente, como nadie, la "esencial unidad del mundo".

También Vico vio el parentesco de la poesía con los mitos, que han sido considerados como imágenes de sueños colectivos de la humanidad: "Un mito es como un sueño que recordamos -dice Jean Bolen-, incluso cuando no lo comprendemos, porque es simbólicamente importante”. Jung piensa que para comprender su sentido es necesario dejarse influir de la misma manera que su creador: “La gran obra es como un sueño, que por claro que sea no se explica jamás a sí mismo y permanece siempre, por tanto, como algo inexplicable. Ningún sueño dice: "Debes hacer esto" o "Tal cosa es la verdad"; presenta ante nosotros una imagen como la naturaleza hace brotar una planta, y somos nosotros quienes tenemos que sacar conclusiones de ella. Cuando alguien tiene una pesadilla es que tiene demasiado miedo o demasiado poco, y cuando alguien sueña con un sabio antiguo es que está demasiado amaestrado o necesita un maestro. Y ambas cosas son, sutilmente, lo mismo, de lo cual sólo se percata uno cuando ! hace que la obra de arte actúe sobre él, poco más o menos tal y como ha actuado sobre el mismo poeta”. Sábato expone el proceso (que por cierto coincide con el "viaje del héroe" descrito por Campbell): “El artista, en ese primer movimiento en que se sume en las profundidades tenebrosas de su ser, se entrega a las potencias de la magia y del sueño, recorriendo para atrás y para dentro los territorios que retrotraen al hombre hacia la infancia y hacia las regiones inmemoriables de la raza, allí donde dominan los instintos básicos de la vida y de la muerte, donde el sexo y el incesto, la paternidad y el parricidio, mueven sus fantasmas. Es allí donde el artista encuentra los grandes temas de sus dramas. Luego, [...y aquí "la verdadera justificación y la finalidad de todo el viaje"...] el arte retorna hacia el mundo luminoso del que se alejó, movido por una fuerza ahora de ex-presión; momento en que aquellos materiales de las tinieblas son elaborados con todas las facultades d! el creador”, de igual manera en que los antiguos organizaron sus esperanzas y sus temores en símbolos para "hablar consigo mismos" y comprender lo que les circundaba, su naturaleza y la sociedad en que vivían, mucho antes de que el racionalismo intentara acabar con "lo mistérico de la tragedia" y condenara a la poesía y al misticismo a cierta marginalidad respecto a los "avances" de la conciencia, que "progresivamente" nos hizo sentir personajes de "cuento idiota" al ver que las ideas y convicciones generales que dotaban de sentido a nuestras vidas y que estructuraban "todo el universo" se desmoronaban; del mismo modo que un niño, al fin de su adolescencia, ve romperse en pedazos el absoluto y se queda con el alma a la deriva ante la desesperación o el nihilismo. Quizá por eso -el dictamen es de Sábato- el fin de una civilización es más sentido por los jóvenes, que no quieren resignarse nunca al derrumbe de lo absoluto, y por los artistas, que son los únicos adultos que se parecen a los adolescentes. Emil Sinclair, el adolescente creado por el artista adulto Hermann Hesse, nos cuenta en Demian: “Mi historia no es agradable, no es dulce y armoniosa como las historias inventadas, sabe a disparate y confusión, a locura y sueño, como la vida de todos los hombres que ya no quieren seguir engañándose a sí mismos”. Otro Nobel de literatura, que nos ha acompañado en el recorrido que hicimos a través de los mitos y las distintas maneras que tienen de presentarse, nos deja este Epitafio para un Poeta:

Quiso cantar, cantar
para olvidar
su verdadera vida de mentiras
y recordar
su mentirosa vida de verdades.

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